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(1607) |
DE LA MARQUESA DE AYAMONTE Y SU HIJA |
Donde esclarecidamente |
guarnecen antiguas torres |
el cristal del oceano |
en que se mira Ayamonte, |
5 dos términos de beldad |
se levantan junto a donde |
los quiso poner Alcides, |
con dos columnas, al orbe: |
el uno es la blanca Nais, |
10 el otro, la rubia Cloris, |
cuyas frentes de jazmines |
son auroras de sus soles. |
Deidades ambas divinas, |
Veneradas, en los bosques, |
15 en tantos templos de Amor |
cuantos son los cazadores, |
aras son devotas suyas |
cantos en barquillos pobres |
o las redes o los remos |
20 en el océano esconden: |
cuanto el campo, a los monteros, |
y el mar da a los pescadores |
sacrificio es de su fe |
y fe de sus corazones. |
25 Arde el monte, arde la playa, |
y en los árboles del monte |
arde algún silvestre dios |
en algún antiguo robre; |
¿qué mucho, si entre las ondas |
30 que en los escollos se rompen |
ofrece el mar las cenizas |
de algunos marinos dioses? |
Ellas, en vano seguidas |
de suspiros y de voces, |
35 el ciervo hacen, ligero, |
aljaba de sus arpones; |
en cuyo alcance prolijo |
deben a sus pies veloces |
(a pesar de los coturnos), |
40 las selvas, diversas flores. |
Si al campo el cristal calzado |
viste de varios colores, |
el nácar desnudo al mar |
perlas da que lo coronen, |
45 cuando requieren las nasas, |
o cuando los velos cogen, |
ilustrando con dos lunas |
las tinieblas de la noche, |
a cuyos rayos lucientes |
50 vieras las ondas entonces |
negar las blancas espumas |
a sus resacas y golpes, |
por no dejallas vencidas |
en aquella playa noble |
55 a manos de la blancura |
que hoy la nieve reconoce. |
Donde esclarecidamente
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona