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A un tiempo dejaba el sol |
los colchones de las ondas, |
y el orinal de mi alma, |
la vasera de su choza: |
5 él, porque tres veces quiere |
en las tres lucientes bolas |
de la torre de Marruecos |
ver su caraza redonda; |
y ella, por que sus corderos, |
10 en tanto que el alba llora, |
se longanicen las tripas |
de esmeraldas y de aljófar, |
a cuenta de los poetas |
que baratan estas joyas |
15 entre los que en avellanas |
las pagan a «qué quies, boca». |
De luz, pues, y de ganado |
se cubre la vega toda, |
y el aire, de la armonía |
20 que despide una zampoña |
profundamente tañida |
de un cuitado que la sopla, |
quizá tan profundamente, |
que no hay Judas que la oya. |
25 Guarda el pobre unas ovejas, |
si el que se las deja solas |
las guarda, y a sus rediles |
no las vuelve, o vuelve pocas: |
culpa de un dios que, aunque ciego, |
30 clava una saeta en otra, |
y calienta, aunque desnudo, |
el muro helado de Troya. |
De su carcaj le despide, |
el rapaz, una garrocha, |
35 cuya luciente cuchilla |
en mortales zumos moja. |
Causa fue, pues, de este efecto |
y de esta dulce congoja, |
del sacro Betis la ninfa |
40 que vio, España, más hermosa, |
tan celada de su padre, |
que el lado aun no le perdona, |
y si hay sombras de cristal, |
la ninfa se ha vuelto sombra. |
45 Viola en las selvas un día |
en una virginal tropa |
de secuaces de Dïana |
saeteando una corza; |
nunca la viera el cuitado, |
50 y no dejara en mal hora |
por el campo su hacienda, |
por el río, su memoria: |
desde entonces los carneros |
van perdiendo sus esposas, |
55 y de lanas de bayeta |
les va el lobo haciendo lobas. |
Río abajo, río arriba, |
pasos gasta, viento compra, |
que se vende por suspiros, |
60 y valen misericordia. |
Tantos días, tantas veces |
oyó su voz lagrimosa, |
el río, desde su urna, |
que un día sacó la cholla, |
65 y lo halló entre unos carrizos |
ventoseando unas coplas |
en favor, a lo que dicen, |
de su húmida señora, |
que lo oía entre unos sauces, |
70 haciendo desdén, y pompa, |
del pastor, y de sus versos, |
zahareña, y glorïosa; |
de las plumas de una mimbre |
cortó el viejo dos garzotas, |
75 y en el envés de la ninfa |
me las desnudó de hojas. |
Cansado, pues, el pastor, |
de invocar piedad tan sorda, |
de mi bella pastorcilla |
80 el dulce favor implora: |
un rato, le ruega humilde |
que su lira sonorosa |
al aire haga, y al río, |
cualque süave lisonja. |
85 Condescendió con sus ruegos |
Cloris, y luego a la hora, |
hierba y flores a porfía |
le tejieron una alfombra; |
pulsó las templadas cuerdas, |
90 y al punto el cielo se escombra, |
el aire se purifica, |
la ribera se convoca: |
las ninfas que de aquel soto |
los muchos árboles honran, |
95 vistiéndose miembros bellos, |
desnudan cortezas toscas; |
a un verde arrayán florido |
se calaron dos palomas, |
blancas señas de que el aire |
100 la madre de Amor corona; |
un dulce lascivo enjambre |
de hijuelos de la diosa, |
vertiendo nubes de flores, |
jazmines llueven, y rosas. |
105 Sofrenó el sol sus caballos |
para oír a mi pastora, |
tanto, que besó algún signo |
las caderas luminosas; |
y fue tal la sofrenada, |
110 que con las lucientes colas |
ensuciaron y aun barrieron |
dos tachones de la zona. |
Su verde cabello el Betis |
descubrió, y su barba undosa, |
115 y el húmido cuerpo luego, |
vestido de juncos y ovas. |
La hija aguarda que el padre |
todo el campo reconozca, |
y a las detenidas aguas |
120 fía luego la persona; |
salió de espumas vestida |
y, por lo que es vergonzosa, |
calzada una celosía |
de caracoles y conchas. |
125 ¡Oh, lo que diera el pastor |
por ser aquel día babosa |
de algún caracol de aquellos! |
Mas quédese aquí esta historia. |
A un tiempo dejaba el sol
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona