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(1590) |
Dejad los libros ahora, |
señor licenciado Ortiz, |
y escuchad mis desventuras, |
que a fe que son para oír: |
5 yo soy aquel gentilhombre, |
digo, aquel hombre gentil |
que por su dios adoró |
a un ceguezuelo rüín; |
sacrifiquéle mi gusto, |
10 no una vez, sino cien mil, |
en las aras de una moza |
tal cual os la pinto aquí: |
el cabello es de un color |
que ni es cuarto ni florín, |
15 y la relevada frente, |
ni azabache ni marfil; |
la ceja, entre parda y negra, |
muy más larga que sutil, |
y los ojos, más compuestos |
20 que son los de quis vel qui, |
entre cuyos bellos rayos |
se deriva la nariz, |
terminando las dos rosas, |
frescas leñas de su abril; |
25 cada labio colorado |
es un precioso rubí, |
y cada diente, el aljófar |
que el alba suele vertir; |
el aliento de su boca, |
30 todo lo que no es pedir, |
mal haya yo si no excede |
al más suave jazmín. |
Con su garganta y su pecho |
no tienen que competir |
35 el nácar del mar del Sur, |
la plata del Potosí; |
la blanca y hermosa mano, |
hermoso y blanco alguacil |
de libertad y de bolsa, |
40 es de nieve y de neblí. |
Lo demás, letrado amigo, |
que yo os pudiera decir, |
por mi fe que me ha rogado |
que lo calle, el faldellín; |
45 aunque, por brújula, quiero, |
si estamos solos aquí, |
como a la sota de bastos, |
descubriros el botín: |
cinco puntos calza, estrechos, |
50 y esto, señor, baste; al fin, |
si hay serafines trigueños, |
la moza es un serafín. |
Pudo conmigo el color, |
porque una vez que la vi |
55 entre más de cien mil blancas |
ella fue el maravedí, |
y porque no sin razón |
el discreto en el jardín |
coge la negra violeta |
60 y deja el blanco alhelí. |
Dos años fue mi cuidado, |
lo que llaman por ahí, |
los jacarandos, respecto, |
los modernos, tahalí; |
65 en cuyos alegres años, |
desde el ave al perejil, |
por esta negra odisea, |
la bucólica le di. |
Sus piezas en el invierno |
70 vistió flamenco tapiz, |
y en el verano sus piezas, |
andaluz guadamecí; |
hoy desechaba lo blanco, |
mañana, lo carmesí, |
75 hasta que en la Peña Pobre |
quedó ermitaño Amadís: |
preguntadlo a mi vestido, |
que, rïéndose de mí, |
si no habla por la boca, |
80 habla por el bocací. |
Ya iba quedando en cueros, |
a la lumbre de un candil |
casi pasando el estrecho |
de no tener y pedir, |
85 cuando, Dios en hora buena, |
me fue forzoso partir |
a la ciudad de la corte, |
a la villa de Madrid. |
Comenzó a mentir congojas, |
90 y a suspirar y gemir |
más que viuda en el sermón |
de su padre fray Martín. |
Dijo que acero sería |
en esperar y sufrir: |
95 fue después cera, y si acero, |
ella se tomó de orín. |
Ternísima me pidió |
que, ya que quedaba así |
la ovejuela sin pastor, |
100 no quedase sin mastín; |
y así, le dejé un mulato |
por espía y adalid, |
que me espió a mí en saliendo, |
y se lo vino a decir. |
105 Dejéla en su antiguo lustre, |
y, luego que me partí, |
echó la carnaza afuera, |
¡oh maldito borceguí! |
Púsome el cuerno un traidor |
110 mercadante corchapín, |
que tiene bolsa en Orán |
e ingenio en Mazalquivir; |
rico es, y mazacote |
de los más lindos que vi, |
115 precioso, pero pesado, |
como palo de Brasil. |
¡Oh interés, y cómo eres, |
o por fuerza o por ardid, |
para los diamantes, sangre, |
120 para los bronces, buril!: |
déme Dios tiempo en que pueda |
tus proezas escribir, |
y quítemelo en buen hora |
para los hechos del Cid. |
125 Y vos, tronco a quien abraza |
la más lujuriosas vid |
que este lagrimoso valle |
ha sabido producir, |
vivid en sabrosos nudos, |
130 en dulces trepas vivid |
siempre juntos, a pesar |
de algún loco paladín. |
Dejad los libros ahora
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona