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(1588) |
Pensó rendir la mozuela |
el alférez de mentira, |
soldado por cien mil partes |
y rompido por las mismas. |
5 Pensó que la sujetara |
el gavïón de la liga, |
y de las terciadas plumas |
la crespa volatería; |
y la capa verde obscura, |
10 golpeada la capilla |
con más inciertos reveses |
que una mula (y sea la mía); |
y la saltaembarca azul, |
con más corchetes de alquimia |
15 que, la noche de san Juan, |
saca toda la justicia; |
y los greguescos de seda |
aforrados en telilla, |
mucho más acuchillados |
20 que mulatos en esgrima; |
y la espada en tiros cortos |
mal pendiente de la cinta, |
por las obras, temerosa, |
por las palabras, temida. |
25 Pensó con lo dicho el hombre |
sujetar la mujercilla, |
torciendo rubios bigotes |
ayudados de alquitira, |
hablándola con los ojos, |
30 pisando de gallardía, |
suspirando por la calle |
y apuntalando su esquina. |
Camafeo de la moza |
ser el necio pretendía, |
35 y a la verdad era feo, |
aunque cama no tenía; |
pero tenía un rasguño |
del bigote para arriba, |
que le hizo de merced |
40 el padre de las pupilas; |
y aun creo que al otro lado |
le hubiera hecho otra firma, |
a no tenello ocupado |
con no sé qué niñería: |
45 con un cierto bofetón |
que en la casa de Sevilla |
llevó, vencido en la entrada, |
con las manos menos limpias. |
Una, pues, alegre noche, |
50 que la halló, por su desdicha, |
alumbrando con la cara |
su calleja sin salida, |
llegándose poco a poco |
debajo la ventanilla, |
55 como estudiante francés |
este salmo le decía: |
«Yo soy de Santo Domingo, |
una ciudad de Castilla |
donde, aunque es de la Calzada, |
60 hay descalzas hidalguías; |
bien nacido como el sol |
gracias a los Chavarrías, |
inquieto fui desde niño, |
inclinado a la milicia; |
65 apenas tenía quince años, |
cuando un día a mediodía |
dejé mi tierra por Flandes, |
sepulcro de nuestras crismas, |
donde padecí peligros |
70 tan grandes, que juraría |
que no me halló la muerte |
por que triunféis de mi vida: |
cuando en el sitio de Ypres, |
estaba yo en Gravelinga |
75 con un bravo romadizo |
sonando la batería; |
nunca salí de mi tienda |
mientras Anvers padecía, |
porque no me acabó un sastre |
80 unas calzas amarillas, |
y aun allí, por mi ventura, |
no me halló una culebrina |
que me pasó por los ojos |
poco más de media milla. |
85 Otra vez que hubo en Bruxelas |
una pendencia reñida, |
puse paz desde un terrado, |
aunque casi no me oían; |
y aun me acuerdo, por más señas, |
90 que todo el mundo decía |
que, a ser yo de la pendencia, |
me prendiera la justicia. |
Dejé al fin guerras y Flandes, |
porque era tierra tan fría |
95 y yo, triste, andaba enfermo |
de cámaras cada día. |
Como partí de allá pobre, |
atravesé a Picardía, |
y en un bergantín, el mar, |
100 de la Rochela a Galicia. |
Del golfo de estas desgracias, |
señora, he llegado a vista |
de vuesa merced; Dios quiera |
que fuese en su enjuta orilla. |
105 Bien le debo a la fortuna |
el fin de tantas desdichas; |
mas otra fuerza mejor |
de todas ellas me libra, |
porque al salir de mi tierra |
110 saqué, entre muchas reliquias, |
algunas plumas del gallo, |
pero más de la gallina. |
Asado vivo por vos, |
y quisiera, reina mía, |
115 que, ya que habéis sido fuego, |
fuérades también parrillas». |
Atenta escuchó la moza |
toda la oración prolija, |
unas veces con enfado, |
120 pero más veces con risa. |
No le respondió palabra, |
mas ella y otra su prima |
le exprimieron al asado |
el zumo de una jeringa. |
Pensó rendir la mozuela
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona