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(1588) |
Desde Sansueña a París, |
dijo un medidor de tierras |
que no había un paso más |
que de París a Sansueña. |
5 Mas, hablando ya en jüicio, |
con haber quinientas leguas, |
las anduvo en treinta días |
la señora Melisendra |
a las ancas de un polaco |
10 como Dios hizo una bestia, |
de la cincha allá, frisón, |
de la cincha acá, litera. |
Llevábala don Gaiferos, |
de quien había sido ella, |
15 para lo de Dios, esposa, |
para lo de amor, cadena. |
Contemple cualquier cristiano |
cuál llevaría la francesa |
las que el griego llama nalgas, |
20 y el francés, asentaderas. |
Caminaban en verano, |
y pasábanlo en las ventas, |
los dos nietos de Pepino, |
con su abuelo y agua fresca. |
25 Desdichado de ti, Pierres, |
que en un rocín en soletas |
valles y barrancos saltas |
y en el campo llano vuelas. |
Con este escudero solo |
30 y una espada ginovesa |
que se la prestó Roldán |
para el robo de su Helena, |
atravesaron a España |
cuando más estaba llena |
35 de ermitaños de Marruecos, |
fray Hamete y fray Zulema. |
Andando, pues, ya pisando |
de las faldas pireneas |
los ribetes, de Navarra, |
40 zurcidos ya con su lengua, |
apeóse don Gaiferos |
a hacer que ciertas hierbas |
huelan más que los jazmines, |
aunque nunca tan bien huelan. |
45 Melisendra, melindrosa, |
cansada, también se apea, |
para oír, al señor Pierres, |
de París aquestas nuevas: |
«Después que dejaste a Francia, |
50 como todo ha sido guerras, |
trocaron, los monsïures, |
las madamas en banderas. |
Quedó la corte tan sola |
que en la juvenil ausencia |
55 valían, veinticinco años, |
veinticinco mil de renta. |
Quedaron todas las damas, |
de su inclinación, depuestas, |
el apetito, con hambre, |
60 y los ojos, con dïeta: |
desayunábanse a días, |
y cortábanse las flemas |
con dos garnachas maduras, |
magníficas de Venecia: |
65 venturosa fuiste tú, |
que tuviste en esta era |
un moro para la brida |
y otro para la jineta. |
Don Guarinos el galán, |
70 pretendiendo a Berenguela, |
vistió un lacayo, y tres pajes, |
de una fïada librea; |
fuese rompiendo el vestido, |
fuese acercando la deuda, |
75 y fue huyendo, la dama, |
de su gala y su pobreza. |
Don Godofre el heredado, |
hijo de Dardín Dardeña, |
desempedrando las calles, |
80 los hígados nos empiedra; |
sirve a doña Blanca Orliens, |
y como no hay más que verla, |
las gafas es doña Blanca, |
y el terrero, doña Negra. |
85 Doña Alda, nuestra vecina, |
la que Amor prendió a la puerta |
del templo de San Dionís, |
cada rato pide iglesia; |
fuese a la guerra Tristán, |
90 el marido de Lucrecia, |
y ella busca otro Tarquino |
que le rasque la conciencia. |
Dicen que, cuando escribiste |
a tu prima la doncella, |
95 Rugero leyó la carta |
y otro le quitó la nema; |
y que ella después acá, |
la vez que se sangra, deja |
que le aprieten bien la cinta, |
100 mas no que saquen lanceta. |
Por madama de Valois |
se cargaron de rodelas |
cuatro o seis caballerotes |
como cuatro o seis entenas; |
105 veíalos con salud, |
veíalos con paciencia, |
ni sé cuándo la hablaban |
ni cuándo reñían por ella. |
Raimundo con sus tres pajes |
110 mil músicas dio a la puerta |
de una dama que lo oía |
abrazada de un poeta; |
y el socarrón otro día |
les enviaba una letra, |
115 escondiendo el dulce caso |
entre almalafas de seda. |
Hallarás a Flordelís |
haciendo, cuando la veas, |
de las hermosas de Francia |
120 lo que el sol, de las estrellas; |
bonetes la solicitan, |
caballeros la pasean, |
y ella dicen que da a un paje |
lo que a tantos amos niega. |
125 Dijo bien Dudón un día, |
viendo dalle tantas vueltas: |
-Basta, señores, que andamos |
tras la paja muchas bestias». |
En esto llegó Gaiferos |
130 atando las agujetas, |
y, porque el aire, de abajo, |
corría, pican apriesa. |
Desde Sansueña a París
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona