5. Calidoscopio

La IA no es el peor problema

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Pol Capdevila

Pol Capdevila,
Profesor del Departamento de Humanidades y coordinador docente del grado en Humanidades

Abrumado por la falta de candidatos en los contratos precarios que ofrece la universidad, el director del departamento decide encargar la asignatura a un software de inteligencia artificial (IA). La máquina preparará los contenidos y, a través de un avatar, indistinguible de un profesor real, los dictará a los estudiantes por streaming. Será incluso capaz de responder las preguntas de los estudiantes.

Una situación como esta ya es prácticamente posible con la tecnología disponible. Y ya sabemos que, cuando una tecnología está al alcance, se acaba utilizando en un lugar u otro, especialmente allá donde no hay ambición por una docencia de calidad. Hay estudios que afirman que el 80% de los profesionales que producen textos e imágenes verán afectado su trabajo por los softwares de IA. Esto significa que preparar textos con competencias técnicas, como hacen muchos periodistas, abogados, guías turísticos, editores, guionistas, traductores, programadores y un largo etcétera, será una actividad que se hará mayoritariamente en colaboración con los softwares generativos. Se prevé que esto podrá ahorrar en muchos casos más de un 50% del tiempo del trabajador, y las empresas querrán sacar rendimiento.

Para nosotros, el texto, además de una función comunicativa, es sobre todo el medio propicio para que los estudiantes desarrollen y reflejen una serie de competencias cognitivas complejas y especializadas que podríamos reunir bajo el nombre de espíritu crítico

Así pues, el valor que hasta ahora tenía saber escribir correctamente en el contexto de una sociedad mayoritariamente ágrafa continúa bajando en bastantes sectores profesionales. Esto nos preocupa también en las carreras humanísticas. Aun así, para nosotros, el texto, además de una función comunicativa, es sobre todo el medio propicio para que los estudiantes desarrollen y reflejen una serie de competencias cognitivas complejas y especializadas que podríamos reunir bajo el nombre de espíritu crítico. Cómo expuso Kant en la Crítica de la facultad de juzgar, la capacidad de discernir articula procesos cognitivos como la identificación de los aspectos particulares de un acontecimiento complejo, la comparación de parecidos y diferencias con situaciones análogas, la imaginación de situaciones alternativas y la reflexión sobre estos mismos procesos cognitivos. El filósofo prusiano también explicó que la práctica del discernimiento, cuando se hace sin la intención de sacar un provecho, genera un placer y una relación empática con la situación o las personas implicadas. Por eso sabemos que practicar la capacidad crítica tiende a desarrollar en las personas una relación ética y estética con el entorno natural y social.

La investigación en artes, filosofía e historia es una de las formas privilegiadas para fomentar esta relación porque estas son expresiones culturales que de por sí no satisfacen necesidades prácticas, y el desarrollo de la capacidad crítica puede lograr un grado de autonomía muy elevado. A diferencia de las máquinas, los estudiantes de humanidades pueden entender la pertenencia de una metáfora en un contexto social e histórico determinado, discriminan entre dos obras de arte aparentemente iguales, saben que el pasado histórico se puede cambiar y que, si la inteligencia artificial puede predecir el futuro estadísticamente, recae en ellos el reto de transformarlo.

Escribir textos poniendo en práctica estas habilidades requiere a los estudiantes muchas horas de dedicación, esfuerzo y concentración. Un buen texto es a menudo el resultado de una contrapráctica de las dinámicas homogeneizadoras de nuestra sociedad acelerada. Dinámicas que precisamente hacen de los softwares de generación de texto una tentación todavía mayor que la del plagio tradicional. Aun así, la dificultad o, seguramente, la imposibilidad de rastrear este fraude no nos puede eximir en las carreras humanísticas a continuar pidiendo textos serenos y madurados con paciencia.

Para contrarrestar la posibilidad del fraude académico necesitaremos mucha más presencia física y de espíritu. No solo para volver a las pruebas orales como instancias de control. Más presencia en todo el proceso de enseñanza-aprendizaje, que sirva para conocer mejor los estudiantes y sus habilidades particulares, para que debatan sobre las diferencias entre los textos humanos y los generados por la IA, para que busquen maneras de enriquecer su escritura y, de retruque, su espíritu crítico. Una presencia que las máquinas no podrán suplantar y que es, también en otras carreras, cada vez más necesaria para poder mantener la función docente de la universidad, sin la cual esta no existiría.

La pregunta es si nuestra universidad tiene interés en mantener la calidad de la docencia. De hecho, me preocupa más esta cuestión que el desarrollo de la IA.